domingo, 26 de enero de 2020

Entrevista Capotiana




Hace unos meses respondí a la mítica entrevista capotiana del blog de Toni Montesinos. Un honor y un placer.
Aquí podéis leer si os apetece las respuestas que di entonces. Seguramente hoy serían distintas. Sed bienvenidos y libres de comentar.

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Jes Lavado.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Una cueva en una isla desierta. En concreto una que aparece en mis sueños desde la infancia, situada en una playa, con un acompañante y un montón de libros.

¿Prefiere los animales a la gente?
En absoluto. Sobre todo porque por ahora no he encontrado animales con los que poder ir de cañas. Pero también es cierto que lloraré más la muerte de mis gatas que la de muchos de mis congéneres. 

¿Es usted cruel?
Mucho. Soy capaz de una crueldad extrema cuando se trata de mi persona. Para compensar, procuro ser compasiva con los otros.

¿Tiene muchos amigos?
Más bien pocos, aunque alguno de ellos vale por un ejército.

¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Cuando era joven me deslumbraban la inteligencia y el talento. Ahora pesan más cualidades como la bondad y la generosidad. Si además, como es el caso de mis amigos, van acompañadas de gracia, distinción e ingenio, pues es una fiesta. 

¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Nunca. Si alguna vez me he sentido decepcionada la culpa ha sido mía, por crearme expectativas irreales sobre una persona, o creer amigo a quien no lo era. Pero mis amigos jamás me decepcionan.

¿Es usted una persona sincera? 
Quizá demasiado. Llevo años practicando para corregirlo, no para ser insincera, sino para saber callar lo que puede hacer daño innecesario. 

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Evadiéndome de mí misma. Entre otras, mi droga preferida es la ficción. El problema es que también suelo hacerlo en mi tiempo ocupado, lo que en ocasiones me acarrea serios problemas con la realidad.  

¿Qué le da más miedo?
Una vez leí que el miedo es el ejercicio atroz de la imaginación. Y como imaginación tengo mucha, imagínense, mi catálogo de miedos es inabarcable. Bueno, y naturalmente, como le ocurre a todos los que tienen hijos, que les pase algo malo a alguno de ellos. 

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La obscena tolerancia de nuestra sociedad ante la corrupción. Tenemos la corrupción que merecemos, por indolentes.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Supongo que habría montado una banda de rock. 

¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Salgo a correr de vez en cuando e intento hacer algo de yoga. Y paso mis días rodeada de adolescentes, lo cual es un ejercicio de alta intensidad.

¿Sabe cocinar?
Para mi vergüenza, lo imprescindible para no ser demandada por madre negligente.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
El gato Tom. El coyote. El inspector Clouseau. Cualquiera de estos merecería un monográfico. Se lo debemos.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Niño.

¿Y la más peligrosa?
Culpa.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Inexplicablemente no. Quizá una vez a unos insectos que se colaron en mi despensa. Pero ni siquiera a ellos. Hubiera preferido que se marcharan voluntariamente.

¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Curiosamente, aquellas que sufren más atropellos a manos de los políticos: creo en la justicia social, en la sanidad universal y en la educación pública. Detesto el puritanismo y la “corrección política” que están aniquilando el sentido común y cualquier discurso sensato. Y creo que hay cosas sagradas como la educación y la cultura en las que los políticos jamás deberían de meter sus sucias manos. Si existe hoy una tendencia política que acoja estos requisitos, por favor, avísenme.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Un hombre, por saber lo que se siente y para no tener la menstruación, ni miedo a andar sola por una calle desierta.

¿Cuáles son sus vicios principales?
El autoengaño y el romanticismo. O más bien, un apasionado autoengaño. 

¿Y sus virtudes?
Hay quien dice que soy luminosa. Lo cual es paradójico para alguien que está casi siempre a oscuras. Pero no sé si es una virtud, ni si es verdad.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? 
No tengo ni idea. Pero es muy probable que entre los momentos estelares de mi existencia, mi mente me transportara una vez más a la cueva situada en la isla desierta de mis ensoñaciones, a esa playa donde volver empezar este cuestionario y regresar así a esta pregunta. En ese sentido soy inmortal.
T. M



Este es el enlace a Alma en las palabras, el blog de Toni:
http://almaenlaspalabras.blogspot.com/2019/09/entrevista-capotiana-jes-lavado.html

sábado, 16 de diciembre de 2017

REALIDAD

REALIDAD La realidad no se disipa como se disipan los sueños. Ningún murmullo, ningún timbre la dispersa., ningún grito ni estruendo la desgarra. Son opacas y confusas las imágenes de los sueños, lo que se deja explicar de muchas maneras diferentes. La realidad es realidad y ese es su mayor misterio. Hay llaves para los sueños. La realidad se abre sola y no se deja cerrar. Certificados escolares y estrellas se esparcen de ella, mariposas y almas de viejas planchas, se desparraman, gorras sin cabezas y cráneos de nubes.
De todo ello surge un acertijo imposible de resolver. Sin nosotros no habría sueños. Aquel sin el cual no habría realidad es desconocido, y el producto de su insomnio se contagia a todo aquel que se despierta. No son delirantes los sueños, la realidad es delirante, aunque sea por la terquedad con que se aferra al curso de los acontecimientos. En los sueños aún está vivo nuestro recientemente fallecido, gozando de buena salud y la juventud recuperada. La realidad deposita ante nosotros su cuerpo sin vida. La realidad no recula un solo paso. La volatilidad de los sueños hace que la memoria se los sacuda fácilmente. La realidad no teme al olvido. Es un hueso duro de roer. Pesando sobre nuestros cogotes pesa en el alma, se nos enreda bajo los pies. No hay escapatoria porque nos acompaña en cada huida. Y no existe la estación en la ruta de nuestro viaje, donde no nos espere.

Wislawa Szymborska (Fin y principio, 1993)

sábado, 16 de septiembre de 2017

LA CARACOLA







Dentro de esta caracola
ruge un mar contra una playa
en la que quizá alguien haya
hallado otra caracola
que ahora se acerca al oído
para escuchar el rugido 
de las paulatinas olas
que se rompen en la playa
en la que quizá alguien haya
hallado otra caracola, 
que alguien como yo se acerca
al oído y oye terca
cómo rompe la mar sola
sus olas en otra playa
en la que quizá alguien haya
hallado otra caracola.
Y así dentro de cada una
otra playa y otro abismo.
Y quizá nosotros mismos
—este mar con esta luna—
estemos dentro de alguna
caracola colosal
que alguien se acerca al oído
para escuchar el sonido
que hace nuestra soledad.


Juan Bonilla "El belvedere"



lunes, 28 de agosto de 2017

Las alegrías y las pasiones

Si tienes una virtud, hermano, y esa virtud es tuya, no la tienes en común con nadie. Comprendo que quieras llamarla por su nombre, acariciarla, tirarle de las orejas, entretenerte con ella. Pero entonces tienes que compartir su nombre con la gente, convirtiéndote en gente y en rebaño. Más te valdría decir: "lo que tortura y llena mi alma de dulzura, y lo que es incluso el hambre de mis entrañas, resulta inexpresable y carece de nombre."  Tu virtud debe estar muy por encima de la afinidad de los nombres, y cuando tengas que hablar de ella, no te dé vergüenza hacerlo balbuceando. Di, pues, balbuceando: "Éste es mi bien; esto es lo que amo; así me gusta, sólo así quiero el bien. No lo quiero como el mandamiento de un dios, ni como norma o necesidad de los hombres: no quiero que sea para mí una guía hacia mundos ultraterrenos y paraísos. La virtud a la que amo es una virtud terrena, que tiene poco de razonable y menos aún de colectiva. Ese pájaro ha construido su nido en mí; por eso lo quiero y lo estrecho en mi regazo. Ahora está incubando en mí sus huevos de oro." Así debes hablar, balbuceando, cuando alabes tu virtud.

Así habló Zaratustra

Friedrich Nietzsche

lunes, 15 de agosto de 2016

UN ALIEN EN LA BIBLIOTECA





          Afirman estas crónicas quebradizas que hojeo con unas pinzas que fue en los primeros años del siglo XXII cuando el hombre al fin consiguió burlar la gravedad. El compuesto molecular que lograba tal milagro era, sin embargo, sólo asumible por la élite adinerada, de tal forma que únicamente los más pudientes podían permitirse flotar en las capas más altas de la troposfera, por encima de la boina contaminante de esmog, respirando aire puro y la mar de fresquitos en lo peor de los rigores del verano. Las boutiques de lujo y los restaurantes exclusivos se instalaron en las azoteas de los rascacielos. En un estrato inferior, digamos, más o menos a la altura de la vigésima planta de un edificio de la época, se podía observar cómo levitaban atareadas las clases medias, que ingerían un sucedáneo más barato pero menos efectivo. A esa cota se situaron los centros comerciales, atestados de franquicias, para el correcto esparcimiento y hábito de consumo de estas criaturas. Ya muy abajo, a pocos metros del asfalto humeante, sobrevolando las ratas, se elevaban a intervalos cortos, como envases mecidos por una ráfaga de viento, los más pobres, los marginales, gente que ingería una sustancia adulterada y bastante tóxica la cual, aparte de permitirles ínfimos vuelos, como de cucaracha, les corroía el hígado y las neuronas, aunque también les proporcionaba unos minutos de euforia.


Entre otras anécdotas, se menciona el hecho de que los niños ricos inflaban sus globos con arena, para pasearlos hacia abajo, de forma que fueran envidiados por la chiquillería del estrato inferior, y uno de los hechos más llamativos que relatan estos volúmenes que se deshacen, se refiere a los suicidas que se ahorcaban, cuyo proceder consistía en atar una soga a algún alfiler arquitectónico, véase la aguja del Empire State, o el remate puntiagudo del Burj Khalifa en Dubai (aunque en realidad bastaba con cualquier antena de telefonía al uso), y se ponían hasta las trancas de jarabe levitador, elevándose a continuación como globos montgolfier hacia la estratosfera, mientras el nudo corredizo se cerraba impertérrito alrededor de sus gaznates. También se cuenta que, de tarde en tarde y sin explicación satisfactoria a día de hoy, se sucedían extrañas epidemias de suicidios colectivos, y que desde los aviones, por encima de los cirros algodonosos, parecían los cuerpos azulados con sus cuerdas al cuello y las piernas hacia arriba, prados de extrañas anémonas mecidas por la corriente. Siendo éste, según se puntualiza, un espectáculo tristísimo, pero de una belleza sobrecogedora. No puedo evitar preguntarme el porqué de estos ahorcamientos en masa, y cómo cosecharían los cuerpos más tarde. Fin del informe.










lunes, 2 de mayo de 2016

DOS CUENTOS INTRÉPIDOS DE ALBERTO CORUJO



LOS ATRACADORES LLEGARON EN LIMUSINA

           

            Llevaban máscaras y antifaces. Sembraron el pánico apuntándonos con sus pistolas. Redujeron al guardia jurado. Nos insultaron. Nos pisotearon. Limpiaron la caja fuerte y se sentaron a esperar la llamada de la policía.

            Entablaron negociaciones. Les trajeron caviar y se lo comieron. Champán, y se lo bebieron. De las pizzas para los rehenes no dejaron ni las migajas. Los borborigmos de indignación que se propagaban por el recinto trocaron en rugido de rabia colectiva cuando nos ordenaron vaciar los bolsillos. «Son de fogueo», aventuró la abuela —que no estaba muy bien de la vista—, al inspeccionar las armas de cerca. Acto seguido blandió el bastón y, al grito de «¡Todos a una, Fuenteovejuna!», nos levantamos como un solo hombre y como un solo hombre caímos sobre nuestros captores. Tendríamos que haber terminado con ellos allí mismo, pero alguien dijo que les pusiéramos en manos de la Justicia. Prevaleció el sentido común. Vitoreamos a la Justicia y alzamos jubilosos los brazos en señal de Victoria.  Entonces estallaron las cristaleras y una densa cortina de humo descendió sobre las instalaciones bancarias. Así que se disipó, estábamos todos engrilletados. Aplastados contra el suelo. Aporreados sin miramientos. De esto hace ya más de dos años, y uno desde que nos dejó la abuela. Hoy sería su cumpleaños. Bajo el cielo sulfúreo de la cantera solo se escucha el repicar de picos y mazas. Las Autoridades dijeron que alguien tenía que pagar la factura. Los atracadores se fueron, se fueron a cara descubierta, se fueron en sus limusinas.


EL TESTIGO
           


            Eché el freno a la moto y me detuve a contemplar la escena. Encaramado en la cúspide de aquella columna de mármol que se elevaba mayestática sobre el pedregoso tapiz del desierto, el anacoreta hacía tañer su campana. Debajo, los peregrinos se arremolinaban murmurando plegarias. Frente al hastío que me causaba la absurda vacuidad de mi vida, la riqueza espiritual de aquellas gentes sencillas se ofrecía en doloroso contraste. Si había tomado un año sabático era precisamente para vivir experiencias como aquella.
            El santón me estaba mirando. Señalaba hacia mí y gesticulaba con vehemencia, como rogándome que subiera. Parecía desnutrido. Hice repaso de mis pertenencias: en el bolsillo llevaba unas monedas; en la mochila, agua, dátiles y un puñado de frutos secos. Bajé de la moto, me abrí paso entre la multitud e impulsado por un mar de brazos trepé pensando que un día, dentro de muchos años, podría contarles aquella hermosa historia a mis nietos.
            Cuando quise darme cuenta, él estaba abajo, subiéndose a mi moto, y yo arriba, subido a su columna. Y sus fieles, que ahora eran los míos, aullaban como almas en pena y me tiraban piedras si intentaba descender: creían que en tal caso el firmamento se nos vendría encima.
            El tiempo pasa y aquí sigo, sujetando la bóveda celestial con mis campanazos mientras espero a que aparezca otro imbécil a quien endilgarle el testigo.


Alberto Corujo Corteguera
Cuarenta y tantos años, varón, raza blanca. Licenciado en ADE. Ha desarrollado la mayor parte de su vida laboral en Londres. Desde 2010 reside en Gijón, Europa. Autor de microrrelatos, relatos breves, una novela y más microrrelatos. En la actualidad se dedica a escribir a tiempo completo, para lo que cuenta con la inestimable colaboración de su ayudante Dylan, un perro Mil Leches de pura sangre y Fonchito, su Agente en la Sombras. Tiene una bitácora -ODYS- en donde publica relatos con cierta asiduidad. Escribe el curriculum en tercera persona, quizá para superar el extrañamiento que le causa hablar sobre sí mismo. 


martes, 12 de enero de 2016

ATRIO


  PASOS LENTOS, de anciano (le parece que suenan en el pasillo), y ahora la risa ahogada de una mujer.
   Abre los ojos.
   No esperaba visita, y no tiene visita de hecho. La risa, los pasos, son lo mismo que él, son residuos.
   Hace un cuenco juntando las dos manos. Poco a poco el cuenco se llena de arena. Poco a poco la arena empieza a formar un corazón que late.



Ángel Zapata (del libro Materia Oscura)