 Mi colegio, antes el de mi madre y ahora el de
 mis hijos, tiene un bosque con árboles centenarios y jardines donde hay
 laberintos en los que cuentan que a veces desaparecen niños demasiado 
curiosos. Tiene edificios vetustos y cobertizos escondidos donde 
escabullirse del maestro unos minutos y traficar con estampas. Mientras 
lo recorro con mi hijo a media mañana después de visitar al médico, a 
esa hora en la que están  todos en clase y uno se siente especial por 
llegar tarde y acompañado de su madre, 
charlamos sobre lo formidable que es el jardín, y Juan me dice que hay 
gente enterrada en él. Y que una vez una monja se ahorcó en el árbol de 
morera. Yo me río y le tomo el pelo,y le digo que eso son cuentos de los
 niños. Y él me dice que no, que es verdad, que mire las tumbas que hay 
bajo los árboles, y yo me río aún más y le explico que no son tumbas, 
sino carteles que especifican la especie botánica del árbol. Dejo a Juan
 en su clase y, mientras desando el largo camino, entorno los ojos y 
puedo ver a mi madre de niña charlando con sus compañeras, a mí misma, 
con mi coleta y mi mirada tímida, y mi vieja guitarra a la espalda. Y no
 sé si es porque paseo entre fantasmas del pasado, pero de repente 
también a mí me parecen pequeñas tumbas los carteles bajo los árboles, y
 al salir, saludo al guarda con la sensación de abandonar un cementerio 
rebosante de vida.
      Mi colegio, antes el de mi madre y ahora el de
 mis hijos, tiene un bosque con árboles centenarios y jardines donde hay
 laberintos en los que cuentan que a veces desaparecen niños demasiado 
curiosos. Tiene edificios vetustos y cobertizos escondidos donde 
escabullirse del maestro unos minutos y traficar con estampas. Mientras 
lo recorro con mi hijo a media mañana después de visitar al médico, a 
esa hora en la que están  todos en clase y uno se siente especial por 
llegar tarde y acompañado de su madre, 
charlamos sobre lo formidable que es el jardín, y Juan me dice que hay 
gente enterrada en él. Y que una vez una monja se ahorcó en el árbol de 
morera. Yo me río y le tomo el pelo,y le digo que eso son cuentos de los
 niños. Y él me dice que no, que es verdad, que mire las tumbas que hay 
bajo los árboles, y yo me río aún más y le explico que no son tumbas, 
sino carteles que especifican la especie botánica del árbol. Dejo a Juan
 en su clase y, mientras desando el largo camino, entorno los ojos y 
puedo ver a mi madre de niña charlando con sus compañeras, a mí misma, 
con mi coleta y mi mirada tímida, y mi vieja guitarra a la espalda. Y no
 sé si es porque paseo entre fantasmas del pasado, pero de repente 
también a mí me parecen pequeñas tumbas los carteles bajo los árboles, y
 al salir, saludo al guarda con la sensación de abandonar un cementerio 
rebosante de vida.miércoles, 24 de octubre de 2012
Octubre, 17
 Mi colegio, antes el de mi madre y ahora el de
 mis hijos, tiene un bosque con árboles centenarios y jardines donde hay
 laberintos en los que cuentan que a veces desaparecen niños demasiado 
curiosos. Tiene edificios vetustos y cobertizos escondidos donde 
escabullirse del maestro unos minutos y traficar con estampas. Mientras 
lo recorro con mi hijo a media mañana después de visitar al médico, a 
esa hora en la que están  todos en clase y uno se siente especial por 
llegar tarde y acompañado de su madre, 
charlamos sobre lo formidable que es el jardín, y Juan me dice que hay 
gente enterrada en él. Y que una vez una monja se ahorcó en el árbol de 
morera. Yo me río y le tomo el pelo,y le digo que eso son cuentos de los
 niños. Y él me dice que no, que es verdad, que mire las tumbas que hay 
bajo los árboles, y yo me río aún más y le explico que no son tumbas, 
sino carteles que especifican la especie botánica del árbol. Dejo a Juan
 en su clase y, mientras desando el largo camino, entorno los ojos y 
puedo ver a mi madre de niña charlando con sus compañeras, a mí misma, 
con mi coleta y mi mirada tímida, y mi vieja guitarra a la espalda. Y no
 sé si es porque paseo entre fantasmas del pasado, pero de repente 
también a mí me parecen pequeñas tumbas los carteles bajo los árboles, y
 al salir, saludo al guarda con la sensación de abandonar un cementerio 
rebosante de vida.
      Mi colegio, antes el de mi madre y ahora el de
 mis hijos, tiene un bosque con árboles centenarios y jardines donde hay
 laberintos en los que cuentan que a veces desaparecen niños demasiado 
curiosos. Tiene edificios vetustos y cobertizos escondidos donde 
escabullirse del maestro unos minutos y traficar con estampas. Mientras 
lo recorro con mi hijo a media mañana después de visitar al médico, a 
esa hora en la que están  todos en clase y uno se siente especial por 
llegar tarde y acompañado de su madre, 
charlamos sobre lo formidable que es el jardín, y Juan me dice que hay 
gente enterrada en él. Y que una vez una monja se ahorcó en el árbol de 
morera. Yo me río y le tomo el pelo,y le digo que eso son cuentos de los
 niños. Y él me dice que no, que es verdad, que mire las tumbas que hay 
bajo los árboles, y yo me río aún más y le explico que no son tumbas, 
sino carteles que especifican la especie botánica del árbol. Dejo a Juan
 en su clase y, mientras desando el largo camino, entorno los ojos y 
puedo ver a mi madre de niña charlando con sus compañeras, a mí misma, 
con mi coleta y mi mirada tímida, y mi vieja guitarra a la espalda. Y no
 sé si es porque paseo entre fantasmas del pasado, pero de repente 
también a mí me parecen pequeñas tumbas los carteles bajo los árboles, y
 al salir, saludo al guarda con la sensación de abandonar un cementerio 
rebosante de vida.jueves, 18 de octubre de 2012
Balance positivo
BALANCE POSITIVO
Primera de mis propuestas para ReC. Esta semana la frase de inicio se las traía...
ESCÁNDALO
 
Segunda propuesta para ReC. Semana del 18 de octubre. 
De
corazón y científicamente calculada para no romperme ningún diente fue la
bofetada que me dio mi madre cuando se enteró. Húmedo y asombrosamente
electrizante fue el beso en la boca que me dio Carolina cuando le declaré mi
amor y le regalé el anillo de la abuela, el de platino con diamantes. Y aunque
al final no quiso ser mi novia (según dijo, era demasiado joven para atarse,
pero el anillo se lo quedaba como recuerdo) y la mejilla me duele todavía, ese
primer beso, a mis diez años, ha sido lo más alucinante que me ha pasado en la vida.
Primera de mis propuestas para ReC. Esta semana la frase de inicio se las traía...
ESCÁNDALO
De
corazón y científicamente calculada para no dejar marcas visibles fue la
bofetada que mi padre me dio la mañana en que Pablo y su madre, lívido él,
furibunda ella, llamaron al timbre y le mostraron el vídeo que,  como si de pólvora se tratase, circulaba por
internet mostrando nuestras habilidades como matones del colegio. Y puede que
me la mereciera, porque, como dijo mi padre, ahora que los de anticorrupción
están encima de él por el asunto ese de las comisiones, no nos conviene en
absoluto ser el foco de atención, y mucho menos un escándalo. 
jueves, 11 de octubre de 2012
Repostería fina
      Con esa
exactitud tan característica de la ciencia. Así mezcla sor Teresa los
ingredientes. Porque, no nos engañemos, la cocina es una ciencia y las monjas
son sus maestras. 100 gramos de azúcar, un avemaría —al padre Luis le va a
encantar—, almendras, ajonjolí, un padrenuestro —¡qué pesado es!, todo el día
predicando el voto de pobreza e intentando que donemos las joyas de la Virgen—,
y el toque final: una pizca de canela… —este cura moderno y melenudo es, además
de progre, un goloso. Seguro que no se resiste a mi  brioche—
…y 50 miligramos de cianuro, ni uno más ni uno menos.
Microrrelato participante en Relatos en Cadena en la semana del 11 de octubre de 2012. 
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