sábado, 26 de noviembre de 2011

EL DESCREÍDO


      Durante mi estancia en Manchester me fue referida la historia de un hombre que no creía en nada. Todo en la vida le había decepcionado: su mujer, sus amigos, su familia, su profesión, sus principios, incluso su perro, que al cabo de ocho años juntos, un  buen día le mordió la mano y escapó para no volver. Cada noche acudía a un pub cercano donde cenaba unos insípidos alimentos que siempre le sabían a tierra mojada y bebía hasta no recordar cómo regresar a su deprimente morada, en una calle perdida de esa enorme y gris ciudad. El alcohol de su ambarino whisky con hielo era, de hecho, la única cosa en el mundo que jamás le decepcionaba. Siempre cumplía su adormecedora promesa de letargo.
      Un día, mientras apuraba la novena copa, la Muerte entró en el pub y se sentó a su lado. Deslizó su capucha hacia atrás y apoyó la guadaña contra la barra. Sin introducción ni preámbulos, se identificó y le comunicó que había llegado su hora y debía acompañarle. Nuestro amigo lo miró despacio y soltó una hueca y sonora carcajada:
      —Sí, claro, y yo soy Elvis. Lárgate de aquí, gilipollas…
      Y, acto seguido, eructó.
      La Muerte, que ese día ya había liquidado exactamente a 124.213 almas y tramitado los 124.213 consiguientes expedientes, miró al etílico despojo y pensó en los 45 minutos largos que le quedaban por delante, entre aniquilar a ese imbécil y terminar con el papeleo. Era el último de la lista de ese día. Y encima esa noche había quedado… Miró con desdén a nuestro amigo, bajó del taburete y salió del pub, mientras el insolente borracho reía y le dedicaba una nutrida ristra de improperios. Una vez fuera, la Muerte buscó la papelera más cercana y, con un brillo malicioso en sus ojos, tiró el expediente dentro. 
      Ha pasado el tiempo y nuestro hombre, que pronto cumplirá 138 años, sigue acudiendo al mismo pub cada noche, aunque cada vez bebe menos, pues la cirrosis apenas ha dejado un par de centímetros funcionales en su hígado. A duras penas camina del pub a su casa intentando recordar la última vez que deseó algo, tratando de saborear el vestigio de algún remoto anhelo. No quiere seguir viviendo, pero sabe que tampoco en eso será complacido, aunque no recuerda por qué.

3 comentarios:

Alfonso González dijo...

Claro, este es el riesgo de mandar al carajo a la mismísima Muerte: que te haga caso la puñetera. Para mi gusto, el relato tiene ritmo, originalidad y humor negro. Enhorabuena.

Javier Puche dijo...

Estupendo relato, Jes. Me pregunto con quién había quedado la Muerte esa noche. Un abrazo.

Jes Lavado dijo...

Muchas gracias Alfonso. Por tu comentario y por muchas más cosas que tú ya sabes. A ver si nos ponemos las pilas y tocamos pronto.
Abrazos.


Javier, en este blog no cabe la alegría que me ha producido tu comentario. Ocupa demasiados gigas. Yo también me pregunto con quién había quedado, pero según tengo entendido, la Muerte tiene una gran vida social fuera del horario de trabajo. Hasta es posible que hayamos cerrado juntas algún bar...
Todo un honor tu visita.
Un beso.