jueves, 2 de febrero de 2012

Posesión

Admitámoslo: padezco alguna suerte de posesión. Al principio me pasó desapercibida. Era tan solo un leve nudo en la boca del estómago fácilmente achacable a una mala digestión, pero a medida que transcurrían los días aumentaba la vívida sensación de no estar solo, de portar en mi interior un oscuro pasajero que, paulatina e inadvertidamente, iba creciendo dentro de mí. Mi nuevo inquilino parecía alimentarse de mis energías y curiosidad. Las tomaba indiscriminadamente y sin permiso, dejando en su lugar, eso sí, todo un surtido de apatía, desgana y melancolía. A veces, por las noches, entre pesadilla y pesadilla, me parece vislumbrar su morfología. Está hecho de la materia viscosa de los cenagales, pero jamás me muestra su rostro. Yo, al principio, le interrogaba sobre sus propósitos, exigiéndole que confesara para qué organización o ente superior trabajaba: “¿Eres esbirro de alguna divinidad benévola o, por el contrario, obedeces a fuerzas diabólicas?”. Pero jamás obtuve respuesta aclaratoria. A lo sumo, alguna vez me pareció percibir el eco de una risa irónica. Cada día noto como mi anatomía cede terreno a su inexpugnable afán de conquista. Por cada sonrisa que me arrebata crece unos centímetros, invadiendo el espacio de algún órgano interno; por cada llanto que brota de mis ojos, rellena con su lodo pegajoso una de mis extremidades.  Recientemente ha debido apoderarse de mi cráneo, pues experimento una especie de aturdimiento, como si tuviera la cabeza repleta de porexpán. Como resultado, cada vez me resulta más tedioso entablar conversación con mis semejantes. Realizo mi trabajo de forma maquinal, pero incluso esa mecánica aprendida me es cada vez más ajena e indiferente. He decidido registrar este proceso porque intuyo que su colonización de mi persona es inexorable. Antes luchaba contra él, sobre todo por las mañanas, momento en el que lograba aunar ciertas energías y un puñadito de esperanzas para la jornada (seguramente mi okupa duerme a esas horas), pero al poco rato notaba cómo se despertaba con renovado ímpetu y aniquilaba cualquier gana de vivir.
Hace unos días que no voy a trabajar. De todas formas tampoco recuerdo a qué me dedicaba. Oigo a lo lejos que llaman al timbre y unos extraños se dirigen a mí. Parlotean algo sobre unos niños desatendidos. Seguramente se refieren a un par de críos que creo haber visto por aquí, muy sucios y hambrientos, reclamándome que les haga la cena. No sé quiénes pueden ser. Tampoco me importa. Reparo en este instante en el bolígrafo que sostengo en mi mano derecha, y en que ignoro por completo el propósito con el que comencé a escribir estas líneas





No hay comentarios: