jueves, 23 de enero de 2014

Con techo



Pero esta vez, ella lloró. Tras mil intentos de conmoverla, tras abandonar por ella familia y profesión, un día mis versos apasionados lograron perturbar su gesto inalterable. O eso me pareció al ver copiosas lágrimas rodar por su tez de porcelana mientras yo moría de felicidad (que no de hipotermia entre cartones) a sus pies, con una sonrisa congelada en la cara, sintiéndome el ser más dichoso del planeta. Porque mi amada de mármol lloraba por nuestro amor imposible, no como dicen esos malintencionados cuando afirman que sólo dejaba que la lluvia resbalara por su rostro, como llevaba haciendo durante siglos, desde su pedestal.

2 comentarios:

mochi dijo...

Cada dia escribes mejor. Enhorabuena.

Alfonso González dijo...

Un relato precioso.