El embrión levita feliz en el líquido amniótico, suavemente mecido por
el balanceo materno. En la siguiente división celular se determinará si dará lugar
a un criatura humana o a otra cosa. El diminuto feto lo intuye y detiene su
vaivén, expectante. Pasado el momento crítico, se reanudan las lentas
clonaciones. Empiezan a formarse duras escamas. Garras de tres dedos. Un único
globo ocular toma posesión de la frente y dos alas membranosas comienzan a
abultar bajo los omóplatos. La madre (triste pedigüeña a las puertas de la
catedral), se acaricia el vientre con ternura. Y como todas las madres, reza en
silencio para que su bebé nazca sano y bien formado. Para que no se parezca a
ella. Ni al padre François. Para que sea tan poderoso y terrorífico como su pétreo amante
de las cornisas. Y herede su color de ojo.
Relato finalista del concurso de microrrelatos organizado por lamicrobiblioteca en la convocatoria del mes de abril de 2013. Pinchando aquí podéis leer, junto al mío, los otros cuatro relatos finalistas de Miriam Martínez Ramírez, Elena Casero Viana, Migualángel Flores y Fran Rubio Consuegra.