Afirman estas crónicas
quebradizas que hojeo con unas pinzas que fue en los primeros años del siglo
XXII cuando el hombre al fin consiguió burlar la gravedad. El compuesto
molecular que lograba tal milagro era, sin embargo, sólo asumible por la élite
adinerada, de tal forma que únicamente los más pudientes podían permitirse
flotar en las capas más altas de la troposfera, por encima de la boina
contaminante de esmog, respirando aire puro y la mar de fresquitos en lo peor
de los rigores del verano. Las boutiques de lujo y los restaurantes exclusivos se
instalaron en las azoteas de los rascacielos. En un estrato inferior, digamos,
más o menos a la altura de la vigésima planta de un edificio de la época, se
podía observar cómo levitaban atareadas las clases medias, que ingerían un
sucedáneo más barato pero menos efectivo. A esa cota se situaron los centros
comerciales, atestados de franquicias, para el correcto esparcimiento y hábito
de consumo de estas criaturas. Ya muy abajo, a pocos metros del asfalto
humeante, sobrevolando las ratas, se elevaban a intervalos cortos, como envases
mecidos por una ráfaga de viento, los más pobres, los marginales, gente que
ingería una sustancia adulterada y bastante tóxica la cual, aparte de
permitirles ínfimos vuelos, como de cucaracha, les corroía el hígado y las
neuronas, aunque también les proporcionaba unos minutos de euforia.
Entre otras anécdotas, se
menciona el hecho de que los niños ricos inflaban sus globos con arena, para
pasearlos hacia abajo, de forma que fueran envidiados por la chiquillería del
estrato inferior, y uno de los hechos más llamativos que relatan estos
volúmenes que se deshacen, se refiere a los suicidas que se ahorcaban, cuyo
proceder consistía en atar una soga a algún alfiler arquitectónico, véase la
aguja del Empire State, o el remate puntiagudo del Burj Khalifa en Dubai (aunque
en realidad bastaba con cualquier antena de telefonía al uso), y se ponían
hasta las trancas de jarabe levitador, elevándose a continuación como globos
montgolfier hacia la estratosfera, mientras el nudo corredizo se cerraba impertérrito
alrededor de sus gaznates. También se cuenta que, de tarde en tarde y sin
explicación satisfactoria a día de hoy, se sucedían extrañas epidemias de
suicidios colectivos, y que desde los aviones, por encima de los cirros
algodonosos, parecían los cuerpos azulados con sus cuerdas al cuello y las
piernas hacia arriba, prados de extrañas anémonas mecidas por la corriente.
Siendo éste, según se puntualiza, un espectáculo tristísimo, pero de una belleza sobrecogedora. No puedo evitar preguntarme el porqué de estos ahorcamientos en masa,
y cómo cosecharían los cuerpos más tarde. Fin del informe.