jueves, 16 de agosto de 2012

Home, sweet home...


      

      El náufrago famélico hace una muesca más en la pared rocosa de la cueva que le cobija. Según sus cálculos es su quingentésima semana en esa isla inhóspita.  El galimatías sobre la piedra arañada le asegura que hoy es jueves, 24 de diciembre de 1815, y acto seguido imagina a Sara haciendo los preparativos de Navidad. Con los ojos cerrados convoca el olor del pavo asado y el suave crepitar del fuego. Súbitamente, un terrorífico pensamiento lo asalta: ha olvidado tener en cuenta los años bisiestos. Por lo que su almanaque es un ridículo despropósito de palitroques tachados que carece por completo de sentido. Presa de la frustración, agarra un pedrusco y raspa la roca hasta borrarla. De pronto, el tiempo se ha detenido. El sol se ha congelado en el horizonte y los abejorros permanecen estáticos junto a las flores que libaban hace un instante.  El náufrago contempla atónito la sorprendente quietud. Coge la piedra, y es en ese momento, fuera del tiempo, cuando comienza a dibujar el mapa que quizá le permita doblegar el espacio y, al fin, volver a casa.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Mária, me encanta cómo transporta tu fantasía al papel. !Genial!

Papá.

Alfonso González dijo...

Enhorabuena. Me parece un relato maravilloso. Quien pudiera -como hace tu náufrago- romper la barrera del tiempo y el espacio y trazar su propio mapa hacia la felicidad!!

Jes Lavado dijo...

Muchas gracias a los dos por los ánimos.