Pero
esta vez, ella lloró. Tras mil intentos de conmoverla, tras abandonar por ella familia
y profesión, un día mis versos apasionados lograron perturbar su gesto
inalterable. O eso me pareció al ver copiosas lágrimas rodar por su tez de
porcelana mientras yo moría de felicidad (que no de hipotermia entre cartones)
a sus pies, con una sonrisa congelada en la cara, sintiéndome el ser más
dichoso del planeta. Porque mi amada de mármol lloraba por nuestro amor
imposible, no como dicen esos malintencionados cuando afirman que sólo dejaba
que la lluvia resbalara por su rostro, como llevaba haciendo durante siglos,
desde su pedestal.
2 comentarios:
Cada dia escribes mejor. Enhorabuena.
Un relato precioso.
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